Hace ya algo más de treinta
años, coincidí a solas con Ana Botín --actual Sra. Presidente del Banco
Santander-- en un ascensor de reducidas dimensiones, de una institución cerca de la Gran Vía madrileña.
Ambos regresábamos de
impartir algunas conferencias, y sobre ello cursó nuestro breve coloquio.
Y ambos nos confesamos
hacerlo sin
remuneración alguna, excepto --por mi parte-- el coste de los viajes que pulcramente
justificaba, pero que ella, en cambio, también sufragaba de su bolsillo (el mío,
siempre pobre, no me lo permitía).
Me pareció una ‘chiquita’ --más joven que nosotros-- ‘muy
maja’; y por eso he seguido después siempre atentamente su biografía. Más
aún, por cuanto que en su área de trabajo andaba Rodrigo, hermano menor de un compi mío de colegio que, además, era de
familia previamente conocida de la nuestra.
Así --y como curiosa anécdota que me es difícil olvidar--,
casi también por
entonces me encontré un día con Alicia, hermana de Rodrigo --y a la que habíamos alcanzado a ver corretear
desde muy pequeña--, esperando el bus. Lo recuerdo porque me impresionó que, sincerándose
conmigo, me dijese que no sabía bien cómo dar mejor
sentido a su vida…
Le apunté entonces --con ¡lo
mejor! de mi alma-- los cuatro secretillos que rigen mi vida… Y nos despedimos.
Años después supe casualmente, por su familia, que se había ido con la Madre
Teresa de Calcuta para ayudar a los pobres… (No he vuelto a saber de ella).
Valga lo anterior
como pequeño
testimonio de cómo ocupábamos todos nuestro
tiempo por aquellas fechas: con ilusión, con
altruísmo, con sacrificio.
Por eso he leído
ahora, con extrema atención, el artículo de Ana Botín publicado en el diario “El
País”, y que reproducimos anejo (bastando
con pinchar sobre él, para recuperarlo como fotografía y poder ampliarlo cuanto
necesitemos).
Pues bien: me
satisface poder decir en esta ocasión, y pese a mi habitual postura hipercrítica
(que es bien notoria con sólo echar un vistazo a lo que ha venido
apareciendo en este blog), que ni una sola palabra o frase he encontrado que no me
complazca, incluso, suscribir. Y ello, además, y claro está, desde
todos los ámbitos del conocimiento que podamos manejar: es decir, con plena coherencia en todos sentidos.
Sólo resaltaremos, como botón de
muestra, dos ideas maestras:
el que la mercadotecnia actual ‘prohibe’
la costumbre --de principios del siglo
de pasado-- de ofertar (‘fabricar’) lo que a
mí se me ocurra… Y para luego ingeniármelas
de cómo lograr venderlo…
No. Hay que ofertar lo que legítimamente vaya a solicitarse socialmente como necesario.
Y el que esto,
además, es ¡mucho más! que cumplir
con una ‘responsabilidad social corporativa’ con la que ganemos prestigio que nos
amplíe mercados: es satisfacer el requisito que realmente
‘legitima’ para recibir ‘remuneración’: es decir, para
‘cobrar’ el ‘precio justo’.
¡Bien, Ana! Me alegra que aún conserves el idealismo que teníamos
hace ya más de 30 años…
Dr.
Prof. (jubilado) en CC. Económicas y Empresariales, y en CC. de la Información
(y otras cosillas más)
No hay comentarios:
Publicar un comentario